Cada uno se va posicionando por sus méritos -o por su morro- en un lugar determinado.
Con el paso del tiempo se va definiendo tu persona.
Aparecen las metas, las barreras o los auto-límites...
Se van las personas (o las dejas a conciencia atrás).
No se merecen estar en tu presente -ni en tu futuro-,
quizás nunca debieron estar, ni si quiera, en tu vida.
Te puedes esforzar en alcanzar algo,
pero no puedes dejar a tu dignidad por el suelo arrastrándose.
Hace falta toparse con el muro para abrir los ojos,
y hoy los tienes bien abiertos.
Se pierde la esperanza en las personas sin maldad, porque, desgraciadamente, hay demasiada.
No podemos tener buenas intenciones y pretender que nos correspondan de la misma manera.
Se pierde la esperanza en los buenos actos, aunque, de alguna u otra forma seguimos intentando creer que siguen dándose.
El odio con más odio no se cura, se multiplica.
Nos negamos a gastar nuestra energía en gente odiosa y cruel,
preferimos distribuirla proporcionalmente entre la gente que realmente merece la pena mantener cerca.
Imagino que corre el tiempo y avanzan los años, y me gustaría saber cómo sera mi vida,
y la vuestra, a ver cómo continúa vuestra jugada.